Quilombos


Hace justo un año de esa fiesta de cumpleaños. Esa primera fiesta a la que acudimos convencidos como pareja totalmente abierta, con absoluta libertad para hacer lo que quisieramos con otras personas. Tu sabías que yo iría a por él y yo que tu encontrarías alguna morenaza con tacones que te sedujera.
Así fué. El me dijo que nos equivocabamos y yo no le escuché; bajó las escaleras, cerró la puerta y me besó. Ella no paraba de tontear contigo, de darte la mano... Parecía un buen principio. Nos retiramos pronto, nos contamos nuestras aventuras y supongo que ambos creímos que era perfecto.  Lástima que no mucho después la relación acabó de truncarse y nos separamos.

Ni mucho menos creo que la culpa sea el echo de abrir la relación. Creo que era algo que se veía venir, un cúmulo de cosas que no cuadraban, muchos años de intentos fallidos e intereses puestos en cosas distintas. Pero hoy, hago reflexión y mientras todos esos amigos están ahí de vuelta, en esa misma fiesta, yo me doy cuenta de que a mi no me queda nada de esa vida. La relación se fue al garete, apenas reconocí mi casa en el último viaje, ya no estoy en esas fiestas, y me pregunto donde carajo debería estar... no se si estoy donde me toca estar, si debería volverme, si debería buscar otro lugar... no siento que pertenezca a ningún lugar. Lo que si siento es lo importante que es la gente a la que he dejado atrás y el amor incondicional por esa ciudad. Pero en este momento de mi vida me siento incapaz de tomar decisiones.

Ah, también siento que tengo un desbarajuste hormonal de tres pares de cojones... supongo que la mezcla de todo es una bomba de relojería.

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